Cuando el doctor me examinó y me dijo que ya no había nada más que hacer, comenzaron a prepararme para llevarme a la sala de parto. Para mí era como ir al peor lugar, al más frío y terrible. Pasé por lo mismo que pasa una madre que va a dar a luz a una guagua de término. Llegó el anestesista para ponerme la epidural, pero la conversación no era sobre la guagua, sobre como se llamaría o cuan feliz estábamos, porque era ir a la muerte. Me acuerdo que lloraba sin parar, con el alma destrozada. Empecé a sentir un miedo terrible, pensé ¿y si me muero yo también? Como no se sabía lo que estaba pasando y la causa de este parto prematuro, comencé a pensar lo peor. Hasta el final Pedrito estuvo vivo y eso era lo que más me dolía, pensaba que nacería y se moriría sin entender por que su mamá no lo tomó en brazos, no lo alimentó, ni lo acurrucó.
Una vez en la sala de parto la matrona me apretaba la guata con mucha fuerza. A mi jamás me pidieron que pujara. Cuando nació Pedrito le pedí a Roberto que estuviera ahí para que él lo viera y lo bautizara. Yo no tenía fuerzas para verlo, estaba destruida, no paraba de llorar y ni si quiera podía estar sentada. Sentía que me moría.
Mire Sepúlveda
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El nacimiento fue antes del término del embarazo. Las contracciones eran muy seguidas y la Fernanda por sus condiciones no iba a soportar un parto normal, así que llegaríamos a la cesárea con 36 semanas. Fue un lunes después de un control, y tuvimos que llegar corriendo a la clínica con una maleta llena de “quizás”. Nació a las 23.05 hrs y al salir gimió como un gatito, y se calmó al acercarse a mi cara. La evaluaron rápidamente y me la devolvieron, porque no estaría con nosotros mucho tiempo. Gabriel ,nuestro amigo jesuita, entró al pabellón y la bautizó. A los pocos minutos dejó de respirar y su color de piel cambio… se fue.
Andrea y Gabriel
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Ese día estuvimos en la clínica a las 6:00 am y nuestra hija nació a las 18:30 hrs. Tuvimos la posibilidad de estar juntos todo el tiempo y en una pieza separada de otros padres, pues se entendió y respeto nuestro caso, lo cual agradecemos profundamente. Cuando pudimos tener a nuestra Antonia en brazos, lloramos y nos abrazamos, una etapa había terminado y empezaba otra tal vez más difícil. Al día subsiguiente nos entregaron su cuerpito y pudimos hacerle una pequeña ceremonia en el Parque Cementerio con nuestra familia más cercana. Este fue otro de los momentos más difíciles en este camino.
Denisse e Iván
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“(…)…el día anterior soñé con una niña preciosa con chaleco blanco de unos tres años que me hacía chao con su manito cuando desperté me dije que loca estoy (…) al otro día los doctores se demoraron cuando entré te vi acostada, ¿está viva? Pregunté… No dijo el doctor, lo siento, (….) después de tres días con contracciones inducidas en una sala que se llamaba Recuperación, estuve sola en una camilla, naciste sola … yo avise a la matrona, nadie se acercó a mi por unos veinte minutos, te metieron en una bolsa frente a mi, era como una pesadilla (…) al otro día bajé a la morgue y ahí tus abuelitas se turnaban para tomarte, te metimos en tu ataúd pequeño y te cargué en tu entierro, te leí una carta con todos los momentos que vivimos juntas (…)”.
Stefania, mamá de Trinidad
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Nunca pensamos que la felicidad y el dolor pudieran convivir de una manera tan patente. Es difícil de explicar, pero ambos sentimientos estaban fuertemente presentes, sin competir, al momento de nacer Benito. Lo tomamos en brazos, lo rodeamos y besamos. Fue un momento de plenitud inexpresable. Aunque sacamos fotos que hoy atesoramos, nada puede compararse con el recuerdo, el más vivo de nuestras vidas, de su estar con nosotros. Lloró al nacer y luego se quedó tranquilito, sobre Blanca. Le hablamos y estamos seguros de que reconoció nuestras voces, porque estuvo plácido la mayoría del tiempo. No abrió sus ojitos. No se los conocimos. Y de vez en cuando tomaba aire con su boquita. Queremos pensar que no sufrió. A mí (Blanca) la sola sombra de esa idea me hace morir un poco. Así es que escapo de ella y sé que, si lo hizo, fue abrazado por sus papás. Vivió siempre así, rodeado de brazos y amor.
Daniel lo bautizó, le dio nombre. Muchos se sorprendían por la obstinación en bautizarlo. La verdad, es que no era ni una muestra de fe ni de dogmatismo. Era la necesidad intensa de celebrar su existencia, de “ceremoniarlo”; algo así como dejar constancia de que existió. Quizás era una lucha contra la invisibilidad de estos pequeñitos humanos, no lo sabemos. Pero Daniel lo hizo y fue un gesto importante; fue bautizado por su papá.
Su funeral fue triste pero dulce. Encargamos a personas queridas que nos ayudaran con la organización y pudimos despedirlo de la mejor manera: rodeados de cariño. Lo enterramos junto a la “Guela” de Blanca, que era un imán de niños.
Blanca y Daniel
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